El 25 de septiembre pasada vistamos el Humedal de Batuco, en la Región Metropolitana. Pudimos observar casi 50 especies de aves y ser testigos directos de su temporada de reproducción: cisnes coscoroba con sus crías; perritos y pato jergón grande nidificando; y algunos siete colores en sus primeras semanas de vida.
Como siempre, al finalizar la jornada hicimos entre todos el listado de aves, para compartirlo en eBird:
http://ebird.org/ebird/view/checklist/S31768847
A través de este relato, Paz Vásquez nos cuenta cómo fue su primera experiencia saliendo a observar aves con la ROC:
El sol abrasador del día anterior presagiaba una salida difícil, con altas temperaturas, poca agua y espigas de esas que pinchan piernas, zapatos y calcetines. “Lo ideal es ir con zapatos de caña alta”, nos recomendó nuestro guía en esta expedición. Y si éramos alérgicos a los mosquitos, un repelente sería útil.
Lo cierto es que el domingo 25 de septiembre amaneció nublado, casi frío, ideal para observar aves sin problemas pero con la amenaza de convertirse en neblina que impidiera nuestra observación.
El destino: el humedal de Batuco. ¿Batuco? ¿Ese lugar al norte de Santiago con fábricas de cerámicas e industrias? ¿Había un humedal allí? Sí, un humedal. Y creo que ninguno imaginó lo que íbamos a encontrar.
Al llegar, nos recibió el administrador, nos contó algo de historia y se animó a acompañarnos en la visita. Emprendimos la marcha hacia una laguna por un terreno cubierto de pasto seco. Por el camino, queltehues sobrevolaron nuestras cabezas y nos saludaron con sus particulares gritos.
–¿Escucharon eso? No, ¿qué es? Un bailarín chico. ¿Dónde? ¡Miren! ¿Qué son? ¡Piuquenes! ¿Piu-qué?
Saqué mi libro –el Jaramillo– y revisé el índice de aves. Hasta ahora, nunca le había prestado atención a los pájaros. Con suerte sabía distinguir una gaviota de una paloma y un piuquén tenía más nombre de comida que de ave.
–¿Y ahí, qué hay? Son pequenes. ¿Pequenes? Busqué de desa en el libro. Parecía un búho café con manchas claras (que me perdonen los ornitólogos), pero por la distancia a la que estábamos aún no era capaz de distinguir las manchas.
Conforme nos fuimos acercando, los piuquenes –que eran como 40– emprendieron el vuelo, y con mis binoculares pude apreciar el hermoso diseño negro de sus plumas sobre el cuerpo blanco. Era como si estuvieran danzando para nosotros, para que les tomáramos fotos, para que fuéramos deslumbrados por su belleza.
En ese momento me di cuenta de que jamás podría olvidar esa escena y quedé tan entusiasmada que me animé a comenzar mi primera lista aves. Patos cuchara, patos colorados, hualas, taguas, cisne coscoroba, pitotoy y cuervo de pantano fueron algunos de los nombres que anoté, pero confieso con algo de tristeza que ya algunos se ven difusos en mis recuerdos.
Al que no olvidaré, sin duda, es al perrito. ¿Por qué le dicen perrito –pregunté– si no se parece a un perro? “Cuando lo escuches, lo entenderás”, me dijeron. Y así fue: un particular guau-guau llegaba desde el cielo. Todo tenía sentido y el perrito me pareció absolutamente encantador.
Pero eso no fue todo. También el bailarín chico quiso hacerle honor a su nombre y bailó para nosotros. ¿Y las taguas? Bueno, aprendí de donde viene el dicho “cura’o como tagua”.
Jamás pensé que el mundo de las aves fuera tan sorprendente, tan emocionante como para querer retener el aliento al verlas volar, tan maravilloso como para quedar absorto contemplándolas, tan interesante como para querer aprender sus nombres y recorrer lugares en busca de nuevas especies. Y lo más entretenido es aprender en grupo, con gente que sabe más, que orienta tu observación y que te anima en el proceso.
A las 14:00 ya estábamos de vuelta en Santiago, pero la euforia del humedal de Batuco me duró mucho más. Le conté a mi familia la tremenda experiencia que había vivido y más de alguno se arrepintió de no haberme acompañado. “A la próxima nos inscribimos todos”, me dijeron, y así se irá ampliando la red, la Red de Observadores de Aves y Vida Silvestre de Chile.
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