Testimonio: Juego de golondrinas

En un día sábado cualquiera abro mis ojitos a las 7:45 sólo para darme cuenta de que no había escuchado la alarma y tenía 15 minutos para llegar a las Torres de Tajamar a recoger a quienes serían mis pasajeros en esta mi 6ta salida ROC.

Media hora después me encuentro con un paciente y generoso guía, el profesor Mercado, que tolera mi flagrante atraso con estoicismo, además de dos interesantes pasajeros, un australiano con muchos viajes en el cuerpo, y su encantadora polola. Emprendimos pues nuestro viaje hacia la represa Convento Viejo, cerca de Chimbarongo, en diligente caravana.

Debo decir que vimos menos avecillas que otras veces, pero uno de los momentos que pagó el viaje fue ver a decenas de graciosas y juguetonas golondrinas haciendo las más audaces piruetas en torno a la torrentosa compuerta de la represa.

Esas bichas parecían divertirse a mares. Nos quedamos en masa disfrutando este grato espectáculo, observando las mil y una acrobacias que estas adorables criaturas hacían desafiando la gravedad y la fuerte turbulencia de aire que emergía del poderoso torrente. Esta incesante actividad parecía justificarse por el solo placer de caer en picada y repuntar rápidamente para volver a repetir la vigorosa maniobra con virajes escarpados y enérgicos revoloteos.

El verlas jugar tan desaprensiva e infatigablemente me hace preguntarme si todo es supervivencia, o si el juego puede justificarse por sí solo, pues me parecieron unas formidables golondrinas hedonistas que se pasaban juntas el más placentero momento del día.

Luego leo sobre el rol del juego en los animales, y me parece asombrosa la escasez de literatura, y la falta de respuestas. Agrego más abajo un link al respecto que podría interesarles, no de aves sino de suricatas, las reinas del juego animal. Mi segundo placer del día, más bien de la noche, fue ver una elegante pareja de lechuzas en silencioso vuelo que partieron prestas apenas advirtieron nuestra presencia, bello bello bello.

En la nota taxonómica, mi tortuoso aprendizaje sobre las finas y no tan finas distinciones ornitológicas se vio reflejado en la fugaz impresión de haber aprendido a distinguir tordos de mirlos, impresión que descarté tras el lamentable fracaso en realizar tal distinción en la subsiguiente excursión a Batuco. Bueno, he de tener paciencia, pienso mientras camino disfrutando de la bella diversidad de aves sin nombre que me rodean.

En fin, para terminar, debo decir que como siempre fue un gusto conocer gran diversidad de gentes con diversos saberes, y conversar sobre viajes en el Amazonas, alucinantes experiencias con la mítica ayahuasca, lentes fotográficos radioactivos, estereotipos de género y sobre cuanto cachureo verbal es posible discurrir, lo que fue un verdadero placer.

Me parece notablemente interesante la gente que he conocido en estas maravillosas excursiones, aún no me siento una birdwatcher, pero ciertamente puedo decir con propiedad que soy una verdadera birdwatcherwatcher.

Gracias profesor Mercado y geniales compañeros de viaje.

Verónica Figueroa

PD: Va el link sobre juego animal https://blogs.scientificamerican.com/guest-blog/so-you-think-you-know-why-animals-play/