¿Qué tienen en común la golondrina de mar negra y la de collar? Una se alimenta a decenas de kilómetros de la costa y la otra a más de 100. La primera es completamente oscura y la segunda tiene casi toda la zona baja blanca. Pero ambas hacen sus nidos en Chile y de ambas se sabe casi nada.
En rigor, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y de los Recursos Naturales (IUCN) las clasifica como especies “inadecuadamente conocidas”, cuyos datos son insuficientes para afirmar si están en peligro, si son vulnerables o si están amenazadas. Simplemente no lo sabemos. Hasta ahora. Porque gracias a un proyecto inédito de ciencia ciudadana liderado por la ROC, hoy se sabe un poco más.
Se sabe, por ejemplo, que la golondrina de mar negra nidifica en el desierto y que sus pollos vuelan en tropel hacia la costa entre los meses de abril y junio, pero que las luces de las minas y puertos las encandilan, las desorientan y las hacen caer a tierra, en donde mueren atropelladas o devoradas por jotes, perros o gatos.
También se sabe que a 75 kilómetros de la costa y a 1.100 metros de altura, al norte de la ciudad Diego de Almagro –en la región de Atacama–, la golondrina de mar de collar utiliza las cavidades formadas en sustratos de calcio para poner sus huevos. En realidad se trata de una pequeña colonia de apenas 25 nidos, a 100 metros de distancia unos de otros, pero es el primer sitio de nidificación que se conoce para esta especie. Un hecho histórico para la ornitología mundial.
Casos como estos es lo que develó el primer Atlas de las Aves Nidificantes de Chile, un esfuerzo colectivo que durante cinco años convocó a más de 1.800 personas que aportaron voluntariamente 675 mil datos sobre el comportamiento reproductivo de 331 especies.
Fue el año en que se crearon dos nuevas regiones en Chile, la de Arica y Parinacota y la de Los Ríos. El año en que un terremoto grado 7,7 en la Escala de Richter sacudió Tocopilla. El año en que el rey Juan Carlos de España le dice “¿Por qué no te callas?” al entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Y el mismo año en que comenzó a funcionar el Transantiago. Era 2007. Ese mismo año un pequeño grupo loco por las aves cambiaría la forma de hacer ciencia en Chile.
El grupo llevaba meses tratando de desarrollar una base de datos común en la que pudieran registrar sus observaciones de terreno y a la cual tuvieran acceso otros observadores de aves del país, utilizando para ello humildes planillas de Excel. Pero el sistema no era del todo eficiente ni cumplía con las expectativas de estos jóvenes ambiciosos.
Hasta que un día se enteraron de la existencia de eBird, una novedosa plataforma en internet que permitía a cualquier persona subir sus datos de observaciones y compartirlos con otros. ¿Sería esto lo que habían estado buscando?
Inmediatamente comenzaron a investigar y se contactaron con los creadores de dicha plataforma: el Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell. Las conversación fluyeron rápido y en marzo del año siguiente los primeros datos de observaciones de aves pudieron ser subidos a eBird desde Chile.
Con esto, el grupo comenzó a soñar con una idea loca, la loca idea de hacer un atlas. Pero para ello era necesario algo más: definir códigos de reproducción. Se contactaron de nuevo con los desarrolladores y propusieron que los datos pudieran ser subidos especificando si había reproducción confirmada, probable o posible, con criterios tales como “construcción de nido”, “territorio defendido” o “pareja en hábitat apropiado”.
La propuesta chilena tuvo buena acogida y de un momento a otro ya estaba habilitada la opción para registrar las observaciones con datos relevantes sobre el comportamiento reproductivo de las aves. Así lo recuerda Rodrigo Barros, actual presidente de la Red de Observadores de Aves y Vida Silvestre de Chile (ROC). “Apenas se pudo, dijimos: ‘Tenemos el atlas. Hay que partir’”, agrega. Y aunque no había dinero, ya tenían la herramienta.
Es como sacar una fotografía. Así compara Barros la función de un atlas. Sólo que esta foto requiere del trabajo y la colaboración de muchas personas para levantar información en terreno. “Es un desafío logístico importante, porque un atlas simplemente no se puede hacer de forma individual”, afirma.
Por eso, la aparición de eBird y la incorporación de códigos de reproducción fueron clave para la puesta en marcha del primer Atlas de las Aves Nidificantes de Chile.
La idea era contar con una gran cantidad de observadores en terreno que pudieran subir sus registros sin importar el lugar, ya fuese un reconocido humedal o el patio de la casa. Se armó un protocolo, se definió la estructura del atlas y se lanzó oficialmente en agosto de 2011. “Y nos desplegamos haciendo disertaciones en todos los lugares que pudimos, en regiones, en congresos de ornitología, en servicios públicos, en encuentros con el ministerio, en el SAG, en el Servicio de Impacto Ambiental, etc. Hicimos todas esas charlas tratando de generar un contingente de voluntarios que subieran datos”, relata Barros.
Y en paralelo se comenzó a buscar a los científicos y especialistas que pudieran escribir sobre las aves que el atlas recogiera. “Se trata de una relación muy virtuosa entre el mundo de los aficionados y de los observadores de terreno con el mundo académico, del conocimiento más duro”, asegura Barros, que además le añade valor al atlas al interpretar la información levantada en terreno.
El periodo de recolección de datos se extendió hasta agosto de 2016 y con ellos se modeló la distribución de cada especie y se aplicó un sistema digital para cruzar datos climáticos, geográficos y de altura. Así, el país se dividió en cuadrículas, destacando las zonas donde se confirmó la presencia de nidificación y aquellas zonas potenciales en donde podría haber nidificación según los mismos patrones.
De esta forma, cada una de las 331 aves que nidifican en Chile tendrá una ficha con su respectivo mapa y un texto que de cuenta del estado del conocimiento sobre esa especie en términos de su biología reproductiva, su estado de conservación, amenazas y distribución.
Para algunas especies se escribirán varias novedades y hallazgos inéditos –como los sitios de nidificación de la golondrina de mar de collar– pero para otras será el momento preciso para compilar, en un solo texto, todo lo que hoy en día está disperso y que todavía sigue siendo referencia a pesar de haber sido escrito antes de 1950.
“Para nosotros este es el atlas cero”, dice enfático el presidente de la ROC. “Estamos aprendiendo. Es el primer atlas que se hace con eBird en el mundo. Es el primer atlas de este tipo que se hace en Sudamérica. Y la experiencia internacional nos dice que lo primero que ocurre cuando se hace un primer atlas es que todos se dan cuenta de los vacíos que hay y de lo poco que sabemos”, agrega.
Por eso, Barros no duda en que este primer atlas servirá de incentivo para sumar a más gente y hacer un próximo atlas de manera mucho más fácil.
Un grupo de amigos fanáticos de las aves conversaba un día cualquiera. Era, también, una conversación como cualquier otra, hasta que alguien preguntó: “Y el tordo, ¿nidifica en Santiago?”
Todos se miraron unos a otros en silencio. Nadie respondió. Ninguno sabía si el tordo nidificaba en Santiago. Un pájaro común y corriente –casi tan común como una paloma, casi tan urbano como un gorrión–, de un negro profundo que brilla con el sol.
Sin embargo, ninguno sabía si hacía sus nidos el tordo en Santiago.
“Yo hoy tengo la certeza de que sí nidifica, porque gracias al atlas empecé a mirar por primera vez el fenómeno de la nidificación”, comenta Barros. Porque una cosa es observar aves y otra es mirar con atención en busca de códigos de reproducción específicos.
“Fue una experiencia maravillosa para aprender a mirar distinto, para subir el nivel de la observación de terreno y con eso ya es posible contar con una masa crítica de observadores de aves más preparados”, dice Barros.
En total, fueron 1.815 voluntarios que levantaron información durante cinco años. “Originalmente habíamos pensado en cuatro, pero vimos que la curva de participación empezó a ascender rápidamente casi al final, así que decidimos dar un año más para aprovechar todo ese entusiasmo y ese envión de gente que se estaba sumando”, recuerda Barros.
Para los que participaron de este proyecto, el atlas es un paso indispensable para mirar más en detalle lo que está pasando con las aves de nuestro país. El pilpilén, por ejemplo, es común verlo en las costas con su particular pico rojo carmín y punta amarillenta. Sin embargo, aún no se han dimensionado las amenazas que sufren constantemente sus sitios de nidificación: dunas y arenales cercanos a la playa.
La expansión urbana, la basura e incluso las vacaciones de verano –que coincide con la época de reproducción para la mayoría de las especies de la zona centro-sur– son algunas de sus potenciales amenazas.
Pero el impacto real sobre esta y otras especies aún se desconoce y no se ha cuantificado lo suficiente. “Por eso es tan importante levantar información de terreno. Porque con esos datos se pueden hacer esfuerzos de conservación más efectivos”, explican desde la ROC.
La idea siempre fue publicar el atlas en formato de libro, y para eso, el principal desafío es conseguir los recursos.
El proyecto se encuentra acogido a la Ley de Donaciones Culturales y gracias a eso recibieron financiamiento por parte de Freeport McMoran a través de Mina El Abra. Con eso se pudo financiar las primeras etapas del proyecto, la coordinación, el diseño y la elaboración de los mapas, pero ahora queda la última parte –la impresión– y para ello la ROC ha estado buscando donantes desde el año pasado.
“No es fácil buscar financiamiento. Tiene una lógica. Y ha sido muy difícil financiar este proyecto”, confiesa Barros, aunque está convencido de la gran importancia que tiene. “Este es un proyecto nacional de impacto internacional con participación ciudadana. Va a ser una referencia obligada para el mundo de la ornitología en los próximos años”, concluye.
El objetivo es imprimir mil ejemplares y lanzarlo a fines de 2018. Mientras, los expertos convocados por la ROC ya están escribiendo y enviando sus textos. Si quieres aportar y ayudar a este proyecto, puedes escribir a contacto@redobservadores.cl.
Red de Observadores de Aves y Vida Silvestre de Chile (ROC) - Desarrollado por Nexweb